Con un clima duro, localmente húmedo en las proximidades del Océano Pacífico, y en general frío, encontraremos a Alaska, conocida como la nevera de Seward en Estados Unidos. Este territorio es uno de los 50 estados que conforman los Estados Unidos de América, en el extremo noroeste del continente americano.
Cuenta con 1.717.854 km² y más de 700.000 habitantes, casi todos localizados en la costa sur. El monte Denali (antes conocido como McKinley) es el punto más alto del territorio estadounidense con 6.187 m., que corona el extremo norte de las Montañas Rocosas, con la cordillera de Alaska, los montes McKenzie, y la cordillera de Brooks.
Breve historia de Alaska
Los primeros pobladores de Alaska fueron nómadas que llegaron desde Asia a través del puente de Bering durante la glaciación de Würm (conocida como glaciación de Wisconsin en América), y se asentaron durante milenios en sus valles y costas, hasta la llegada de los europeos en el siglo XVIII.
Fue el expedicionario Vitus Bering, al servicio de la Armada Rusa, quien divisó las costas del territorio alaskeño, pero el primer europeo en fondear en sus fiordos fue Aleksei Chirikov en 1741, en el lugar que hoy conocemos como la ciudad de Sitka. Este descubrimiento supuso la colonización de Alaska por parte de Rusia, creando diversos asentamientos a lo largo de sus costas.
Sin embargo, los rusos no fueron los únicos exploradores del Pacífico Norte. Los españoles reclamaron su derechos sobre la costa oeste de Norteamérica, apoyándose en la Bula menor Inter caetera de 1493, firmada por el Papa Alejandro VI, que definía un meridiano al oeste del cual todas las tierras pertenecerían a los reyes de Castilla y León, y no sólo las descubiertas por navegantes españoles.
Pero las aspiraciones de la corona española no fructificaron, y el único atisbo de ocupación hispana en Alaska lo podemos encontrar gracias a las expediciones de Bruno de Heceta y Alejandro Malaspina, que dieron nombre a algunos topónimos como el Glaciar Malaspina, o las ciudades de Valdez y Cordova.
En 1799, Nikolái Rezánov consiguió los derechos de explotación de pieles que poseía el Zar Pablo I de Rusia, para crear la Compañía ruso-americana. Aunque el contacto con los pueblos nativos (principalmente Inuit, Tlingit, Haida y Tsimshian) fue cordial al inicio, la ocupación de las tierras por parte de los rusos se encontró con la débil resistencia indígena, que acabó siendo casi exterminada.
La compra de Alaska
El momento decisivo para la historia llegó en 1867, cuando William H. Seward, entonces Secretario de Estado de EE.UU., compró el territorio de Alaska a Rusia por la friolera cantidad de 7,2 millones de dólares estadounidenses. La falta de efectivo y el temor a perder las colonias americanas en un conflicto con los británicos, que en ese momento controlaban Canadá, llevaron al Zar Alejandro II de Rusia a tomar esta polémica decisión.
Así pues, el 18 de octubre de 1867 se materializó la compra y Alaska pasó a ser de dominio estadounidense, convirtiendo esa fecha en el Día de Alaska.
No obstante, en Estados Unidos esta adquisición recibió fuertes críticas por parte de la prensa, llegando a hablarse de «La locura de Seward» o «La nevera de Seward», dada la enorme cantidad de dinero desembolsado en aquella época para adquirir lo que muchos veían como una tierra yerma y helada, por no mencionar que Alaska no constituye una continuación territorial del resto de los estados norteamericanos.
Pero los intereses del gobierno sobre la región de Alaska eran puramente estratégicos, al otorgarles el control del estrecho de Bering y acceso al Océano Ártico, además de flanquear a la Canadá británica. Por ello, buena parte de la opinión pública apoyaba la compra de Alaska a pesar de llamarla «la nevera de Seward», aunque lo mejor estaba por llegar.
En la década de 1890, se descubrió oro en la provincia del Yukón, así como depósitos de petróleo y gas en otras partes de Alaska. Para asimilar esta información, tan sólo hay que pensar que la Bahía de Prudhoe, en la costa norte, es el mayor yacimiento petrolífero de EE.UU. Este giro inesperado de los acontecimientos rentabilizó con creces la inversión de los 7,2 millones de dólares, convirtiéndose en uno de los mayores negocios de la historia moderna.
En 1912, Alaska se declaró como territorio estadounidense, con capital en Juneau, y el 3 de enero de 1959 pasó a ser el estado nº 49 de los Estados Unidos de América.
El futuro está en el norte
Para regocijo de los intereses en EE.UU., Alaska ha resultado ser la gallina de los huevos de oro, no sólo por el inmenso valor de sus recursos naturales (minería, pesca, industria forestal y petrolera), sino por el valor geoestratégico que mete de lleno a los norteamericanos en la disputa por el control del Ártico.
En un contexto de calentamiento global progresivo, se espera que el incremento de la temperatura en el Ártico acabe por fundir el casquete polar, dejando al descubierto nuevos yacimientos petrolíferos y reservas de gas que ciertos países reclamarán como suyos (EE.UU., Rusia, Dinamarca, Noruega y Canadá). Por eso se entiende que estemos asistiendo a una Guerra Fría por el control del Ártico, donde los países implicados están militarizando sus posesiones septentrionales, tal y como se muestra en el mapa.
De igual modo, con una teórica desaparición del hielo ártico, las rutas comerciales marítimas del hemisferio norte se verían afectadas, y el estrecho de Bering cobraría una gran importancia, como hoy en día sucede en el Canal de Suez, el estrecho de Gibraltar o el estrecho de Malaca, por citar algunos ejemplos. Estas nuevas rutas ahorrarían días (incluso semanas) en la distribución de mercancías desde Asia a Europa, o viceversa.
En este escenario mundial, la idea de abandonar los combustibles fósiles parece muy lejana. De hecho, puede llegar a ser desalentador observar cómo el Cambio Climático beneficia a los países del extremo norte, liberando nuevas áreas para la explotación energética, y castiga a muchos otros ubicados en la zona intertropical, donde la desertificación y los fenómenos meteorológicos ponen en riesgo millones de vidas.
Alaska, la nevera de Seward, ha resultado ser algo más que nieve y osos polares para los estadounidenses: es un billete para el futuro geopolitico y otro arma para la negociación internacional.